El festival que vivimos peligrosamente

El paso de los días y el repaso de las instantáneas muestran de nuevo que fuimos parte de todo aquello. Un pequeño vuelo por algo más que archivos numerados, carpetas de bandas y retoques fotográficos.

De vuelta a casa el silencio que amortigua tus pasos aumenta el resonar de toda aquella música que atrona tu mente. Los oídos entumecidos, el cuerpo cansado, todo indica que mañana no te quitarás las gafas de sol ni para ducharte. Las luces volverán a cambiar del rojo al verde, azul y amarillo, el estampado de los focos volverá a perfilar la figura de todo aquel que se coloque detrás de un micro. Tú ya piensas en mañana, aunque solo quedan dos horas para que se vuelva a poner en marcha toda la maquinaria.

Tu piel cuenta historias de horas de flexo, mañanas de redacción y noches intensas, el día es para estudiar, la noche para huir del calor y dormir, ya dormirás, no te preocupes. Tarde o temprano caerás rendido pero hasta entonces se aguanta como sea. El límite o los medios para retrasarlo lo marcamos cada uno por nuestra cuenta. Mantente, aguanta y deja que tus pies se queden en el suelo mientras pierdes la mirada en la rueda de luces o escaneas al guitarrista en busca de una nueva fuga que se despliega ante tí.

Las baldosas sueltas, el suelo húmedo y el reguero de vasos te devuelven al lugar que dejaste anoche. Una tranquilidad poco común te invade, mezcla entre cansancio, plenitud y confusión. No podrías tomar una decisión a vida o muerte ahora mismo, tienes el corazón a flor de piel y la piel parece ceder ante la vibración del bajo.

Apunta, enfoca y dispara, las primeras veinte tomas te mostrarán tu jornada de hoy. Si son válidas puedes quedarte con ellas y disfrutar del concierto. Si, por el contrario, muestran desperfectos, trepidaciones, quemaduras o fotos que no le gustarían ni a tu mecenas, la jornada será larga y deberás afinar tu objetivo. Con un poco de suerte 3 de cada 300 fotos tendrán algo de valor y antes de acostarte deberás repasar cada una de las imágenes, aprovechando el subidón y haciendo tiempo antes de decidirte a descansar.

Sin embargo tienes tiempo de descuento, prorroga e incluso penaltis, el festival no se despide tan rápidamente. Todos los que han pasado por tu objetivo han dejado su impronta en tu lente y su recuerdo en tu memoria, las sonrisas de viernes y sábado vuelven el domingo y te regalan una de esas mañanas difícilmente olvidables. El muchacho que fundió el Cavern, el baterista irónico y genial, el bajista clothespin de las gafas de espejo y la sonrisa imperdible de Silvia te dan un toque de atención para que empieces a firmar la paz con las mañanas de domingo. Capaces de medirse cara a cara con los tejados de Zaragoza, de patear desde a distancia una bola del mundo, de pasear pinzas gigantes por media ciudad y de sacarte esa carilla de niña en la feria. Porque hay gente grande, pero pocos como ellos y cuando ellos parten el buen sabor de boca te lo dejan, la vida sonríe y la ciudad parece un poco distinta, un poco mejor, un poco más amable.

De vuelta a casa con los pulmones llenos de aire fresco y el corazón bien cuidado me siento en la parada del autobús, no pienso subirme, pero necesito reflexionar de nuevo sobre el festival que vivimos peligrosamente.

 

Mario Kidd Rico a la guitarra, ante la mirada de David Carnicé
Mario Kidd Rico a la guitarra, ante la mirada de David Carnicé