Malla, un perdedor con gusto

Teatro Carrión

Una carta de amor a la vida y al amor pese a todos los laberintos que se presentan. Una antigua maldición dice «Ojalá vivas una vida interesante» y, como buen condenado, los derroteros de la vida de Malla han dado para dos horas y cuarto de monólogo (en ocasiones dialogado) cargado de matices.

Un reproche, hablar explícitamente de algo tan prohibido e impúdico como el Amor. Con mayúscula de nombre propio, concretamente de la persona que ponga patas arriba tu existencia. Una lección para los cenizos como yo que antes de los treinta hemos colgado las botas de eso de quererse. Un buen golpe, maestro.

Un bloque sólido, sonriente y sabio, que no resabiado aunque le sobrarían los motivos. Un bloque sólido también el público que despidió a este muchacho con chaleco con una ovación cerrada, con fugas emocionadas que interrumpían sin poder aguantarse. Y es que ante las mascarillas… buenas son las «eses y uves en la noche» que suben desde el patio de butacas, porque hoy había muchos fans.

Y es que, tenga agujero o no, la noche fue para quitarse el sombrero. Historias jamás contadas, dramas infinitos y puñados de cenizas traídos directamente del infierno. Fragmentos de temas que no habíamos oído más que en disco y nombres propios… muchos nombres propios mencionados desde una gratitud infinita. Y tres aragoneses matemáticos, cabezones y vitales (sí, esto también es un guiño).

Un despliegue precioso y preciosista de guitarras, en las que más de uno nos hemos dejado los ojos intentando descubrir el truco. Más que un concierto es un espectáculo de magia. Un prestidigitador despeinado que se saca a sí mismo de la chistera. Un desnudo integral, sin necesidad de enseñar ninguna mariposa. Un golpe de efecto para que miremos el drama con perspectiva.

Y es que Coque, tan bienintencionado siempre, augura los mejores porvenires para terminar merendándoselos con patatas y postre, porque el punto dulce no puede fallar. Por algo ha sido siempre mi analista político de cabecera. Y sí, se ha mojado. Con tinte rojo, por cierto.

Y cala su sensatez, el carácter soñador, el guiño amable… moja tanto como la lluvia que nos recogía a la salida del teatro. Pero hoy todos volvemos a casa con el alma cubierta de terciopelo y buscando el charco más grande para meternos. Porque hoy nos han contado un poco de la historia de todos.

PD: Oye, yo quería una camiseta 😉